Época:
Inicio: Año 1815
Fin: Año 1815

Antecedente:
La batalla de Waterloo



Comentario

La tormenta que descargó durante la tarde y parte de la noche anterior enfrió algo los ánimos de la infantería anglo-aliada, pero entre los doce mil veteranos de la Península se comentaba que tuvieron un tiempo similar antes de los triunfos de Wellington en Salamanca, Sorauren y Vitoria. En el campo contrario, Napoleón, siguiendo el consejo del jefe de su artillería, general Drouot, pospuso el ataque durante más de tres horas, pues el barrizal dificultaba el adecuado emplazamiento de sus cañones.
En 1995, 180° aniversario de la batalla, los actos de su reconstrucción estuvieron precedidos por una tormenta parecida, que ocasionó un tremendo barrizal y forzó a los organizadores a elegir nuevas rutas sobre caminos asfaltados inexistentes en 1815. Bajo condiciones climatológicas adversas era mucho más problemático el movimiento de la artillería pesada que el de la infantería o la caballería, por lo que no es justo criticar a Napoleón por haber pospuesto el ataque hasta el mediodía, especialmente teniendo en cuenta que no sospechaba de la proximidad de los prusianos. No obstante, él mismo dijo: "En la guerra el tiempo perdido es irrecuperable". Desde la hora del desayuno, aunque no lo sospechase, a Napoleón se le acababa el tiempo. Si hubiese atacado al alba, como Wellington esperaba, hubiese tenido cinco horas más para romper las líneas angloaliadas antes de la llegada de los prusianos, pero con los cañones hundidos en el barro, algunos hasta los ejes, la opción de ataque se desvaneció. En Santa Elena, además de a otros factores y personas, maldecía la tormenta nocturna como principal causa de su derrota.

En lugar de atacar, Napoleón pasó revista a sus tropas en una masiva demostración de confianza, mientras lentamente el suelo se endurecía posibilitando la movilidad de sus cañones. Durante la inspección a caballo de sus tropas, recibió "la más excepcional manifestación de unánime entusiasmo desde los días de Austerlitz, diez años antes". Los gritos de "¡Vive l'Empereur!" sirvieron tanto para elevar la moral de sus tropas como para descorazonar e intimidar a las de Wellington, a excepción de los veteranos de la Península.